Comienza la media noche y todos los
tangueros en el mundo se calzan sus zapatos y se preparan para “sacarle viruta
al piso”, expresión que se utiliza para
describir el ágil deslizar de los bailarines por la pista hasta largas
horas de la madrugada, esto no ocurre sólo el fin de semana, bailar el tango
para los “tangomaníacos” es cosa de todas las noches.
Este ritmo que en sus letras reflejaba los
pesares y amarguras de los inmigrantes europeos, que llegaban en busca de una
nueva vida a un continente desconocido,
nació a orillas del Río de la
Plata en 1860 y se
arraigó en Uruguay y Argentina hasta
hoy.
En esos años, el tango fue del
bajo, de los conventillos localizados en los suburbios o barrios alejados del
centro y aunque parezca absurdo, en tanto danza de parejas, el tango comenzó
siendo bailado entre hombres.
Ya Evaristo Carriego, el primer gran
poeta de los barrios populares de Buenos Aires, lo testifica, alrededor de
1906, en su poema “El alma del suburbio”.
Sin embargo inmediatamente las
mujeres se plegaron a él en las piezas cuarteleras, los burdeles y los
peringundines, cuando se les comenzó a necesitar como trabajadoras para
bailarlo.
Aunque el tango fue y será todo eso,
hoy, lo bailan todas las noches la niña
de 14 años junto con la abuela más dulce. Porque después que el tango
fue llevado a Europa, volvió siendo más respetado y visto como una gran
atracción para el turismo que busca conocer nuestros orígenes.
Hoy llegan los cruceros de todas partes
del mundo al puerto de Montevideo y Punta del Este y el tango se viste de gala
y junto a él la gran cantidad de bailarines que lo han estilizado.
Laura Smart
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